¿Siente usted unas ganas enormes de llegar a su lugar de trabajo y hacer una gran labor cada día? Las probabilidades no están a su favor, diferentes estudios dirigidos por expertos de la talla de Jim Collins, Marcus Buckingham, y más recientemente, Daniel Pink y Simon Sinek, muestran evidencia contundente que indica que solamente dos de cada diez personas se sienten realizadas con las tareas que realizan cada día.
El panorama se repite en empresas de servicio, de manufactura, pequeñas, grandes, privadas, gubernamentales, etc. Se trata de explicar la situación como falta de recursos, de sistemas, de capacitación. Se hacen cambios de personal sin sentido, se contratan actividades de “trabajo en equipo” que no pasan de ser un ameno paseo, se aumentan los controles y las auditorías, se renombran los empleados como “colaboradores”, “asociados” sin ninguna transformación de fondo en la relación laboral. Hay algo mucho más profundo y trascendental que no se toma en cuenta, la falta de guía, dirección y significado.
La guía a la que nos referimos se concentra en dos elementos clave. Primero una visión de excelencia que es entendida, asimilada y compartida por todos los miembros del grupo común, y segundo una ejecución basada en valores universales.
Ambos, visión y valores, son responsabilidad absoluta de los líderes.
Una visión establece cómo ven los líderes a la organización en el futuro. Tal visualización debe contener un sentido claro de excelencia, una meta de ser lo mejor en lo que hacemos, sin comparaciones, ser el mejor, ser lo mejor. La mejor empresa, el mejor banco, el mejor hospital, etc. y a partir de ahí inspirar a cada uno a ser el mejor empleado, el mejor médico, el mejor ingeniero, el mejor servidor público que jamás haya dedicado su tiempo laboral. Inspiradora y “sobre-comunicada” así debe ser la visión de excelencia. Estimula, anima y alienta a que cada persona trascienda, se realice y sepa que no sólo que está siendo útil, sino cómo está siendo útil.
Acompañe esa visión de excelencia con la vivencia de los valores de siempre, los inquebrantables. Kaptein y Schwartz destilan seis valores morales mínimos empresariales e institucionales, estos son: confianza, respeto, responsabilidad, imparcialidad, generosidad y solidaridad ciudadana. Las organizaciones escriben largas listas de valores que no son más que anhelos, aspiraciones, pero no se convierten en comportamientos. ¿Cómo distinguir una valor real de uno aspiracional? Pat Lencioni responde: un valor real es aquello por lo que usted está dispuesto a ser castigado por no ceder. Si es un valor, y es lo correcto, no importan las consecuencias.
Visión de excelencia para llevar a su organización, desde una PYME hasta un país entero, a ser lo mejor que pueda ser. Debe ser compartida y comunicada con insistencia. Valores universales reales para crear comportamientos tangibles, sin engaños, sin componendas. Esta es la fórmula para una empresa de alto desempeño, trascendente y útil a los demás. Se buscan líderes, a todo nivel, para hacerla realidad.